Cantares

Éste era su regalo a cada novicia, una libreta llena de cantares; o como ella los llamaba: coplas sin importancia. Son poesías sin pretensiones literarias, rebosando vida, sencillez, ingenuidad y al mismo tiempo con un sentido tan agudo y profundo que llama la atención.

Frecuentemente las adaptaba a músicas conocidas o, al contrario, a músicas ya sabidas les ponía letra distinta para así aprenderlas con mayor facilidad y repetirlas en su momento oportuno; porque todas tienen su “quid”.

Algunas surgieron con motivos o circunstancias ajenas a Madre Clara pero la mayoría las compuso para su aprovechamiento aunque después nos hacía partícipes a las demás.

También tenía otras más personales y que nunca nos quiso escribir aunque en algunas ocasiones sí las cantaba.

Sus cantarcillos a todas gustaban mucho. Tenía una facilidad extraordinaria para componerlos. Muchas veces le decían sus monjas: “Madre, sáquenos un cantarcillo”. Ella, siempre complaciente, les daba gusto y en un momento lo tenía escrito.

Publicamos algunas de estas composiciones, entresacadas de su “libreta”, explicando en qué circunstancias fueron escritas. Quieren ser como poner al descubierto a Madre Clara, presentarla en su nitidez, mostrarla a ella, su sentir, su vivir, su amar. Son la revelación de su vida. Nada puede reflejar mejor a Madre Clara que estas estrofas en que dejó plasmada toda la profundidad de su vida escondida con Cristo en Dios (cfr. Col 3, 3).

Dios es amor. Él se inclina a nosotros… Aquí Madre Clara da un buen tema de meditación, mejor, de contemplación. Cada verso termina con unos puntos suspensivos. Hay vivencias, sentimientos que no se pueden expresar.

¡Amor…! ¡Amor infinito!
¡Amor misericordioso!
¡Amor todopoderoso…!
¡Amor inmenso…!
¡Amor santo…!
¡Amor eterno…!
¡Amor mío!
¡y todo inclinado a mí…!
¡mi alma se ampara sólo en Ti…
sólo en Ti
cada instante,
en cada acto,
cada día,
y en el maternal regazo
de nuestra Madre María!

¡Amor…! ¡Amor infinito!
¡Amor misericordioso!
¡Creo… creo en tu poder!
Yo te ofrezco mi dolor
con amor…
Me abandono a tu querer.

Soy polvo… polvo… ceniza…
Lodo soy… lodo… basura…
Mírame, mi Jesús tan bueno,
compadécete de mí
que sin merecer, espero…
que tu voluntad yo adoro…
¡En mí y en todas las cosas
siempre, y en el mundo entero,
hágase tu voluntad!
¡Esposa de tu querer,
lo que Tú quieras
yo quiero…!
¡Hágase tu voluntad
aquí en la tierra, Dios mío,
como se hace en el Cielo!

Para purificar la intención, para vivir en Dios, para meterse en el misterio del Cuerpo Místico, el siguiente cantar es apropiadísimo. Ella le puso música de jota. Referente a él ocurrió una curiosa anécdota: Había venido de visita la familia de una novicia; durante la comida, Madre Clara, con su sencillez característica, les cantó varias cancioncillas y entre ellas ésta. Jugueteando estaba un hermanito pequeño, completamente ajeno, al parecer, a cuanto ocurría entre los mayores. Se termina la visita, vuelven a casa. Pasados unos días la mamá regaña al chiquillo y él todo serio entona: “Todo por amor, por amor, por amor…”. Su madre tiene que suspender la riña, la risa le impide hablar.

Desde que mi corazón sólo pertenece a Ti
¡qué feliz mi situación, ya no hay pena para mí!
Todo por amor, por amor,
por amor, por amor, por amor.
Todo por amor, por amor,
por amor de mi Dios y Señor.
Todo por amor, por amor,
por amor, por amor, por amor.
Todo por amor, por amor,
para amar más y más y mejor.

Este cantar tiene un origen muy simpático. Madre Clara había sido muy buena cantora pero ya iba perdiendo la voz y, al cantar, resultaba un poco cascada. Como de todo sacaba partido para humillarse decía: “Hijas, mi canto se parece al del grillo, sólo puedo hacer gri… gri…”. Y ella misma se reía.

Con el canto del grillo
gri, gri… gri, gri…
te canto a Ti.

Las palabras: fuego, hoguera, incendio, volcán; los verbos: encender, arder, consumir, mejor consumirse, aparecen continuamente en todos sus escritos y, de una manera especial, en sus canciones. Al final de los Ejercicios espirituales del año 1971 dijo: “Yo todo lo he resumido en este cantar; a ver qué os parece”. A sus monjas les pareció precioso pero, sobre todo, les pareció que el amor de Dios hecho fuego la había invadido totalmente y que en ella se cumplían también las palabras de la Escritura Santa: Yahvé es fuego devorador (cfr. Dt 4, 24). Se canta con música de un villancico muy alegre.

Fuego, fuego, fuego, fuego,
fuego de tu amor divino.
Fuego, fuego, fuego, fuego,
que sólo tu fuego ansío.
Fuego, fuego, fuego,
Jesús de mi vida,
fuego, fuego, fuego,
que yo quiero arder,
fuego, fuego, fuego,
que yo arda en el fuego,
que en todas las almas
viniste a poner
¡que yo quiero arder…! (repetir mucho).

Sí, realmente puede llamarse santa obsesión lo que ella sentía por la Eucaristía. Con entusiasmo singular hablaba de este misterio de Amor. Estos sencillos versos rebosan ingenuidad y candor, a la vez que humildad y amor a Jesús Sacramentado. Dejan entrever cómo Madre Clara se sentía así, muy pequeña, y así iba al Sagrario, y así unida a Jesús, unida a María, intercediendo por todos, realizaba su ilusión: Ser el gozo del solitario.

Tan pequeñita,
tan pequeñita soy,
que en el Sagrario
escondidita
y calladita estoy;
tan pequeñita soy
¡tan pequeñita soy!

Vivir escondidita
en el Sagrario
unida a mi Jesús,
mi Redentor;
desgranando el Salterio
y el Rosario de María
en su dulce Corazón;
hacer el gozo así
del Solitario,
y el gozo
de mi Madre con amor;
¡Esto ha de ser mi vida,
mi esperanza,
mi más dorado sueño,
mi ilusión!

Si el agradecimiento es virtud de almas grandes no podía faltar en Madre Clara. En primer lugar gratitud para con Dios pero también para con todas las personas y criaturas. Siempre estaba dando las gracias a todos. Cualquier favor recibido lo recordaba toda la vida. Cuando cantaba esta canción recalcaba mucho la palabra “todos” y decía: “Sí, gracias por todos pues, aun los que nos hacen sufrir, nos hacen un gran bien. Nos ayudan a ganar el Cielo, nos facilitan la unión con Dios… Deberíamos agradecérselo con toda el alma”.

Acción de gracias
será mi vida
llena de amores
y de alegría.
Gracias, Dios mío,
gracias, perdón;
gracias, Dios mío,
gracias y amor.
Gracias por todo
gracias por todos
¡gracias, Señor!

Otra composición que rezuma Cristología, la gran característica del cristianismo. Solamente en Cristo tenemos acceso al Padre. ¡Qué hermosamente lo describe Madre Clara en estos versos!

Abismada en vuestro Abismo,
Santísima Trinidad,
inmenso Abismo de Amor,
Misericordia y Bondad;
y abismada en el Abismo
del Corazón de María
dulce abismo Maternal,
siempre, siempre yo abismada
por tiempo y eternidad.
¡Qué dicha y felicidad!
¡ya soy bienaventurada!

Y mientras dura mi aliento,
sobre el Ara del Altar
siempre en María y por Ella,
unida al gran sacrificio,
te ofrezco mi inmolación
con la inmolación de Cristo.

En mi vivir y morir,
en mi pensar, en mi obrar,
en mi orar, en mi cantar,
en mi íntimo sentir,
que humilde pueda decir:
¡Padre, te ofrezco a Jesús!
con Él me ofrezco, Dios mío,
y a…

(en los puntos suspensivos Madre Clara ponía todas sus intenciones)

Por María Inmaculada
¡Padre! recibe a tu Hijo
recibe también con Él
a mi corazón contrito
a …
y a toda la creación
que has puesto en mi corazón,
y por la que a Ti me obligo.

Yo quiero unida a Jesús
ser océano de paz,
su benéfico rocío,
ser su rosal, flor y aroma
su dulcísima armonía,
de todos la salvación,
de Ti gloria y alegría.

María, la Virgen Madre, tenía un puesto especial en la vida de Madre Clara; ésta había comprendido que, en el plan de Dios, la Madre de Jesús ocupa también un puesto, una misión, un quehacer y por ello Madre Clara no prescinde de María; todo lo contrario, a Ella recurre, llama, invoca, se entrega, etc. En esta jota invoca a la Virgen; le pide volar al Cielo en sus brazos.

Si me muero en este día,
si en esta hora me muero
Virgen María, ¡óyeme!
¡Ven, ven tú a llevarme al Cielo
que contenta volaré!

Yo quiero volar y volar,
y volar y volar y volar,
yo quiero volar con María
¡y con Ella a los Cielos llegar!

También una jota, uno de los cantares que últimamente había compuesto Madre Clara; después de cantarla con gran salero, añadía solemnemente y con música inventada por ella: ¡Amén, Aleluya!

Yo quiero vivir de fe,
de esperanza y caridad,
vivir alegre en la Cruz
y a todo el mundo salvar.

En María y por María
todo lo he de conseguir,
siendo su esclava más fina,
perseverante hasta el fin,
siempre en María y con Ella
todo lo he de conseguir.
¡Amén, Aleluya!

A estos versos que siguen sus monjas les han llamado la síntesis de su vida. Madre Clara no los cantaba con música alguna, sencillamente lo decía recalcando cada palabra, poniendo en cada una de ellas toda su alma y todas sus energías.

Corta, quema,
pincha, arranca,
pisa, estruja, Jesús mío,
empuja, tira y afloja,
y haz lo que quieras de mí;
tan sólo una cosa quiero:
¡Señor, complacerte a Ti!
Corta, quema,
pincha, arranca,
¡y haz lo que quieras de mí!

“El amor todo lo hace fácil, ¿no habéis comprobado cómo al pronunciar el Fíat desaparece la opresión?”, decía muchas veces. El dolor, el sufrimiento continúan pero se cumplen las palabras de Jesús: “Venid a Mí los cansados y atribulados que yo os aliviaré porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 29-30). La música es de un villancico muy popular: “Campana sobre campana”.

Yo quiero llevar mi cruz
con alegría y cantando;
y seguir a mi Jesús
caminito del Calvario.

¡Ay… ay…!
¡ay, ay, lo que pasó!
que al abrazar la cruz
el peso se marchó.

Fija en Cristo tu mirada,
tu alma y tu corazón
que Cristo, en ti, ofrezca al Padre
¡su vida, su cruz, su amor!
¡Ay… ay…!

¡Cuántas veces repetiría Madre Clara esta especie de letanía! Ella misma cuenta que desde el 24 mayo del año 1953 en que se realizaron, lo que llamó, las bodas con la divina Providencia nunca dejó de asistir a las necesidades de su Comunidad. Pero, para ello, ¡cuántas horas amargas, cuántas horas ante Jesús Sacramentado, cuántas súplicas dirigidas a la divina Providencia en estos términos!:

¡Providencia divina,
a Ti me acojo!

¡Providencia divina,
en Ti confío!

¡Providencia divina,
en Ti descanso!

¡Providencia divina,
a Ti suplico!

¡Providencia divina,
me arrepiento
de lo mucho que siempre
te he ofendido!

¡Providencia divina,
te agradezco cuanto hasta ahora
me has favorecido!

¡Providencia divina,
me abandono en tu seno de amor
tierno… infinito!

¡Providencia divina,
por María, por amor
de la Santa Eucaristía,
ven pronto a socorrerme cada día!
¡dame lo que te pido,
Esposa mía!

Mira que necesitamos
que triunfe la Eucaristía
y que estés, Jesús Expuesto
aquí, y en todas las partes,
hasta el último momento
de todos los tiempos,
hasta que no haya más días;
y tengas adoradores,
y muchísimas Marías,
y que terminen las guerras,
haya abundantes cosechas,
gracia y paz en las familias
y… (se pide)

Preciosa solución para allanar cualquier dificultad relacionada con el prójimo. Era original hasta en la manera de resolver algún conflicto que surgiera en torno al amor fraterno. Decía: “Todo se arregla con un poco de humildad, sólo con un poco ¿eh?, un poco”. Después añadía más sobriamente: “Deuda de amor al prójimo… si he de amar como Jesús nos ha amado, ¿cuándo la pagaremos?”. Con la música de “Asturias”, canción regional, se cantan estas estrofas.

Quiero alegrarme, Dios mío,
por el bien de mis hermanas
y por todos sus progresos,
por su honor y por su fama.
Y en prueba de mi alegría
¡gracias, Jesús mío, gracias!

Que yo mengüe y todas crezcan
para tu gloria y honor.
Y yo más y más me humille
para gozo de tu amor;
y humillada y escondida
viva yo en tu Corazón
todo el tiempo de mi vida.

Vivir el Evangelio fue la única pretensión de Francisco y Clara de Asís; vivir el Evangelio sin glosa, vivir el Evangelio total. Aquí Madre Clara pide al Señor no sólo que vivamos sino que seamos su Evangelio.

¡Oh mi Redentor divino!
danos a todos valor
para que todos seamos
tu Evangelio santo y puro,
llenos de fuego de amor;
desde el Pesebre al Calvario
hasta la Resurrección.
Tu Evangelio más glorioso
en la celestial Mansión.

La reverencia y devoción que sentía por la Palabra de Dios es difícil de explicar. Cuando hablaba siempre hacía alguna alusión a la Biblia. Constantemente llevaba en sus bolsillos fragmentos de la Escritura que ella misma se copiaba. Decía: “Deberíamos aprenderla de memoria. Si nos propusiéramos aprender cada día una línea terminaríamos sabiéndola toda y sin gran esfuerzo. La Sagrada Escritura nos enseña a obrar rectamente en cada momento porque la Palabra de Dios ilumina, fortalece…”. Encabezando esta composición puso: “Para escuchar y leer la Sagrada Escritura”.

Palabra de Dios,
¡ilumínanos!

Palabra de Dios,
¡conviértenos!

Palabra de Dios,
¡perdónanos!

Palabra de Dios,
¡sánanos!

Palabra de Dios,
¡purifícanos!

Palabra de Dios,
¡enséñanos!

Palabra de Dios,
¡fortalécenos!

Palabra de Dios,
¡sálvanos!

Palabra de Dios,
¡endiósanos!

Palabra de Dios,
¡santifícanos!

Palabra de Dios,
¡beatifícanos!

Palabra de Dios,
¡haznos dichosos
en el eterno amor!

Una de las veces que marchó de viaje, al regresar, contaba sus impresiones de esta manera: “¡Cuánto he gozado contemplando el paisaje! Los árboles, los riachuelos, las montañas… todos me eran muy conocidos; al pasar nos saludábamos diciéndonos ¡hola! como amigos de toda la vida”. Ella se dio cuenta de nuestra extrañeza y, riendo, nos reveló el secreto: “Cuando rezo, al participar en la Santa Misa, en el Oficio divino… lo hago unida a toda la creación; por eso, en cada hojita de aquellos árboles, en cada gota de aquellos arroyuelos, ya había estado yo alabando al Señor”. Quizás en algún viaje como aquél compuso esta poesía.

¡No hay una estrellita en el cielo
en donde yo no te alabe,
ni una arena en el desierto,
ni una gotita en los mares,
ni roca en las montañas,
ni una yerbita en los valles,
ni murmullo de arroyuelo,
ni flor, ni fruto en los árboles,
ni hay átomo, ni microbio,
gusanillo, ni elefante,
ni lobo, ni corderillo,
ni pintado pajarillo,
ni en el agua pececito,
ni en la gloria un angelito,
en el que yo no te admire,
en el que yo no te adore,
con el que yo no te cante!

Con gran frecuencia decía: “No hablemos de derechos, hablemos más bien de deberes. Nunca exigir, siempre dar. Y nosotras como Hermanas Pobres pues… en esto consiste la pobreza verdadera, en no tener derecho a nada”.

Como buena franciscana
no tengo derecho a nada.
Por cristiana,
por Clarisa franciscana,
no tengo derecho a nada
¡a nada, a nada, a nada!